VERSIÓN
        ARS POETICA


   Se resuelve esta hora
inmóvil en las ramas,
se resuelve hacia un mar
de brillo esplendoroso,
y cubro mi amenaza,
mi palacio en ruinas
en nombre de la luz,
del amor que se expande,
de los sueños amables lanzados
para siempre.

   He despertado
a una mejor vida,
que me ronda insistente
como un astro feliz,
y soy ángel o espacio
invadido de nubes,
héroe que abandona su Reino
por la caricia frívola,
por el beso suave: un falso
aroma alzado, ídolo de humo.


JARDÍN

Escuchar el poema


   Delgada es esta tarde de julio,
inmóvil,
asida a las columnas
que se alzan
sobre la hierba blanda.

   Delgada es esta tarde de julio
que decae con dulzura,
como las manos
que no atienden al sol,
ni están alerta
al paso de las horas...

   ¡Qué tristes dan los cuerpos
una vez y otra vez
contra esta paz eterna,
para perderse ardientes
por la trama olvidada
del asombroso cielo!...

   (Sentados en el banco del parque
se presiente la noche
tras de la luz en calma,
desnuda, sorprendida
en su propia penumbra
y silenciosa):

   Las palabras, la gente,
en su nuevo color
la misma tarde ahora,
nuestro amigo que calla:
todo se borra al filo de los árboles,
todo es oscuridad que se remonta
azul, veladamente,
lo mismo que el Jardín
cerrado, se suelta en el olvido
para perderse
en la aventura del ensueño.

 

    

        NARCISO

   Donde Narciso mira
está el presente,
porque Narciso atiende a un agua
quieta, como espejo de Luz
entre los árboles...

   A un silencio sin fin,
sin tregua alguna, sin posible
parada sobre el tiempo.
Todo es calma a esta hora
y el ánimo está ausente:
no hay brevedad en las hojas
ni en el leve descanso de las aves;
no hay extraño rumor,
ni secreto en el aire vanamente
latiendo.
Silencio todo,
hasta esas bellas ninfas que observan
detrás de la espesura
quedan quietas de asombro:
Narciso mira el agua
tristemente, como la flor
que pronto ha de cerrarse,
pero no hay ademán
de molestia o cansancio,
su frente es sólo blanca,
y no la enturbia el sueño
apenas comenzado.

   Sin ardor canta el pájaro
en la rama azulada,
cuando desciende el sol
y se empieza la tarde,
junto a jardines altos
humeantes de esencias,
junto a amansados lagos,
como espejos en llamas.
Las lágrimas se apresuran al cuerpo
y el corazón espera en su amargura.

   Nadie sabrá decirlo con el tiempo,
nadie sabrá cantarlo,
estatua florecida, solícita la imagen
quebrándose entre sombras.
Soldado que se clava o se rompe
con el viento del sur,
remanso que se aguarda.
Se dejarán atrás el insistente llanto,
de cuya amarga forma
el alma se estremece.
Ese celeste desafío
que irrumpe como un ave,
tal si fuera la palma
más alta de un oasis.

   Nadie se acordará
de cómo sin torpeza,
sin movimientos vanos,
el hombre, la hermosura,
lo masculino todo,
se asomó sobre el lago,
(el abismo seduce al corazón sereno)
y preguntó en el aire
el misterio del mundo,
                              fatalmente.


         LADRÓN DE FUEGO

   El íntimo mirador se cierra en torno del cielo,
dispuesto tal navío a la deriva.
Es la hora del sueño, trémula hora
de fingidas promesas y dolidos crepúsculos;
la ciudad se nos vuelve rama suave, flor diminuta,
y nuestra mano siente con placer la caricia,
el avance sonoro del tenso cuerpo alzado
que se yergue con sombra en la victoria,
que penetra, torrente inconfesable, el rostro oculto,
la lenta esencia de la vida.

   Hablo a los altos muros, al adorno,
a la fuente y a los pasos dejados;
hablo como acechando el bronce de las casas,
como admirando el vuelo clandestino
y el aroma que hincha las paredes.
La cabeza da vueltas, torbellino alocado,
en labor adorable de ternura,
fijando el puente amable tendido sobre el río,
la ardiente maravilla del cristal crepitando,
el esplendor oscuro de estatuas silenciosas.

   Ilimitado el campo nos ciñe,
verde su afán de cárcel baja, de quebradiza
puerta abierta a pacientes montañas.
Y prosigue su abandono el cansado,
amando el parque húmedo y el estanque
perdido, la flor imaginada,
el pensativo canto de las aves....

   Se desatan violentas las pasiones
ignorando las nubes, las estrellas, las copas
de los árboles: se presiente
un desnudo clamor de la piedra tallada
como lluvia invisible y, sin embargo,
el alma goza, temblorosa aventura,
su nocturna mañana de delirio,
su desolada y fulgurante lágrima.


      HACIA LA BRISA

   Si el tiempo me persigue
me ocultaré en el mar,
regazo inmenso que me envuelva
lejos de las orillas.

   Allí,
(lejos de las orillas),
en el adentro más remoto,
flotar acaso me veréis
—barquilla blanca—
con los brazos en cruz...

   Digo:
si me persigue el tiempo,
buscadme por el mar.


EL LARGO ÁNGELUS

Escuchar el poema


   Aquí aguardo sentado
cerca del sol, sin prisa,
contra el muro de luz
que es parte de mi casa.
Aguardo a que termine
lo terminable un día;
mi sombrero me cubre,
apenas si levanto los ojos
hacia el cielo:
prefiero la victoria mil veces
de la cabeza baja,
y el corazón quebrado
en un sinfín de partes.

   El tiempo
como incienso de gloria,
reclamará a mi alma nuevamente,
sin saber que por siempre
fueron los miembros torpes,
inútiles al mundo
y a la vida ordinaria,
inútiles a la extraña pobreza
de la gente.

   Mejor aguardo aquí
(así os digo),
en esta esquina blanca de mi casa.
Seguid vosotros adelante,
el alma está vencida
para sufrir por íntimos caminos.
Yo he de llorar esta victoria solo.
Seguid vosotros adelante
y que vuestra canción
no turbe mi descanso.

   Ahora, todo de amor,
de odio a un mismo tiempo,
seguiré sin moverme en mi triunfo,
libre de la sonrisa,
del suspiro de gracia,
lejano del elogio del hombre,
de la dicha y el goce
que aprisionan.

   He de seguir aquí,
herida abierta,
que no sabe otro mundo
que su dolor continuo.
He de seguir aquí,
otoño que no acaba, pálido fuego,
árbol siempre llorando
sus hojas amarillas.

   No miréis hacia mí
la puerta está cerrada. Dejadme
en mi silencio por los siglos,
amigo de mí mismo,
aislado de vosotros,
como barca perdida
en mitad de los mares.

   A pesar del amor,
del odio incluso,
no acariciéis la frente,
dejadme adormecido
junto al muro olvidado
de mi casa.
Yo soñaré mejor
que el campo está tranquilo,
que no vendrá la sombra
prontamente,
que los días son largos
y hay luz hasta muy tarde...



            (subir)