Hay versos que guardaron la nostalgia |
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Mi amor va a la deriva como un barco sin rumbo; su corazón heridas, sin par, lleva marcadas... Mi amor se va alejando de sus horas gastadas y alivio busca sola por los puertos del mundo. Qué estela tan amarga va dejando en mi vida su celeste congoja, que curar quise en vano; no pude retenerla, se soltó de mi mano y a su destino corre, sin que yo se lo impida. "Matamos lo que amamos", le recordé algún hora; "no hieras con tu daga mi pobre pecho inerme", pero siguió en su lance, queriendo o sin quererme, hasta romperme el alma, por donde sufre agora. Adiós, amor, le ha dicho mi corazón maltrecho; adiós, aguardan tiempos de oscuro desconsuelo: tú te marchas y, airosa, ya has levantado el vuelo, yo me quedo escondiendo esta herida en mi pecho. SAETA CON AVISO Por los aires sombríos de la noche de octubre va mi dolor volando hacia ti, sin consuelo. Atraviesa las nubes, dice adiós a los pájaros, y es a tu corazón a donde apunta su queja sagitaria. Va hasta tu corazón, distante y sordo... Un corazón que hoy late lejos, con sangre de otros fuegos. BALNEARIO Soñando va la tarde en su divisa y azul la vida marcha hacia el ocaso. (Acuden siempre pájaros los jueves). Dolor, es un decir, no siento mucho, ni nada que al dolor se le asemeje. (Me gustan los colores de tus guantes). Muy cerca de Ajijíc te recordaba y tú tumbada al sol de la injusticia... (Me acaba de morder otra serpiente). No atino con el mundo, se me olvida que llevo el corazón algo atrasado. (¿No estoy cuando me llamas? ¡Qué fastidio!). No busques nunca alivio, te suplico, en el oscuro fondo de unos ojos. (Le enseño a disparar desde hace meses). Ni vengas hasta el filo de la nada que ha cortado los puentes entre ambos. (Me voy, adiós; regresaré muy tarde). ESTAMPAS FUGITIVAS Las tardes infiltrándose en la vida. Estampas fugitivas de las tardes, con mujeres tejiendo redes de oro y niños que luchaban bajo los arcos. Al aire un laberinto de pregones lejanos. La paz, la vigilancia, rotas por tantas voces. También la libertad por puertos escondidos: juegos, risas, premuras; las ramas jubilosas del árbol de la vida de par en par abriendo sus vagos paraísos. También la libertad, su sueño, su mudanza. Tardes, tardes de siempre, tardes de contraseña. TORRE DE LA CIGÜEÑAS Suena la hora de las torres que sueñan el tiempo de los puertos. Un azul de infinito da su temblor al juego y hay que observar quién pasa de este lado o del otro. Arriba las cigüeñas hunden sus picos rojos en el aire que viene de las blancas salinas, que nos llega del mar, de la memoria... Alguien oscila bajo los soportales... "Te he visto, no te escondas" -mano sobre pared-, "te he visto y estás muerto". JUEGOS Esquina de una calle, las cinco suenan en las torres que inventan la hora clara y marina. Los barcos cabecean en el puerto remoto... Las gaviotas trazan sus signos invisibles y ya duele la vida dentro. Su color. Su misterio. LADRIDOS Claroscuros, ponientes, la piedra en el cristal, hondero que huye. Perros que lo persiguen, como la vida a veces, mordiendo en los talones. EL PUENTE Puente para el desvelo, por el que aún se esconden, con las sombras primeras, pescadores vencidos, sombras que lanzan su liana invisible al agua originaria; al curso oscuro, en el que dejan brillos las livianas estrellas. LONJAS Algunos días, al comenzar otoño, llegabas paseando hasta las rocas. El puerto siempre entretenía la búsqueda o los barcos meciéndose, aferrados a este lado del mundo. Hacia el fondo las grúas, las viejas grúas, -descarnadas torres- dejaban su pregunta geométrica en el azul del cielo de la tarde... Al oscurecer abrían las lonjas su tapiz de capturas: voces, gritos, porfías; olor a mar y sangre en tu vestido... LA VENTANA Mirar la vida, verla pasar con su cortejo y sentir su perfume de promesas efímeras. Mirar los rostros de los seres que cruzan: perfiles dolorosos, cabezas torturadas bajo la lluvia. Contar los pasos de esos hombres errantes, que salen de la oscura taberna. Perros que ladran como las almas. Gotas en el cristal, vaho de signos. Por allí se han perdido los carros con su queja. A lo lejos se encienden las hogueras azules y yo vuelvo a la página de mi libro entreabierto. TERRITORIO DEL SUEÑO Marfil el sueño, la ciudad en sombra. Los puentes bajo el brillo de los astros. Brisa del mar, palmeras oscilantes. Terca luna girando por las vagas techumbres. Brumas y espejos, sinrazón de pasos. Amor furtivo, esquinas azarosas. Mejor la noche y su latido antiguo de signos temblorosos como lágrimas. A FERNANDO DE HERRERA l´umida noche i yo de dolor lleno FERNANDO DE HERRERA Ese dolor abstracto de Fernando de Herrera, petrarquista y platónico y, por fuerza, divino; ese dolor oscuro que a sus versos convino, lo concibió, arrogante, el genio de otra Era. Es un dolor que crece, que avanza en su destino y asedia los sentidos con el hielo y el fuego; es un dolor amargo o es un amargo juego: hipérbole del hombre perdido en el camino. Yo he leído en sus versos tan vivo aquel tormento, por causa de una Estrella d´Amor que lo turbaba; y lo hallaba en sus mitos y en la queja sangrante, que admiré la rareza de su sordo lamento: ese crujir del alma que su pluma pintaba, ese morir despacio, de un dolor tan fragante. RONDA DEL DESENGAÑO De nuevo, amarga, su lección la vida me deja, sin aviso, en el camino; de nuevo este dolor como destino, que enciende el hondo fuego de la herida. De nuevo la conciencia ensombrecida por los estragos de mi desatino; de nuevo este dolor, este cansino desvivirse sin causa ni medida. Naufragó la ilusión en negra ola, se perdieron sus brillos de repente y ya alienta la nada que desola. El fuego se ha apagado lentamente y un frío recorre sordo el alma sola: ya no quiero vivir, sencillamente. SAN SILVESTRE Yo que soy hipotenso, tristón y depresivo, bebo café sin tasa en tazas gigantescas, fumo y pienso y contemplo formas de humo grotescas, al tiempo que una lágrima anuncia que estoy vivo... Pero, amiga, ya es Fin de Año y las carnavalescas horas de San Silvestre endulzan los corazones. Por doquier hay sonrisas y cantos y emociones, y los rostros alumbran muecas muy pintorescas. Ven, inventemos también un futuro y, radiantes, sonriamos desde dentro, desde el alma profunda; el tiempo nos apremia: hay que soñar y soñar... Mira el café: dibuja con sus posos qué instantes a los dos nos aguardan en la hora jocunda... Por eso hay que soñar, amiga, y amar, amar... EL RETORNO Es la hora del regreso: el camino que verde desafiaba a la tarde habrás de desandar en esta hora nocturna. Te alumbrarán las débiles luciérnagas y las cumbres lejanas vigilarán tus pasos. Las mismas ramas, aún cuajadas de trinos, te saldrán al encuentro. Ya encienden las aldeas sus hogueras profanas. Arden al fuego carnes con aroma y cunde el vino rojo en las tabernas. Tú vuelves de aquel bosque con los haces de leña sobre el hombro y ese gozque que mordisquea los talones. Nada más traes contigo, las manos con heridas recientes, el corazón con las antiguas. JAMÁS LA VIDA BREVE Jamás la vida breve abrió para tus plantas sus hojas grandes, ni sus rojas flores; ni derramó en tus días sus perfumes extraños. Jamás te dio una luz, una esperanza de alas, ni te llevó hasta aquellas heredades ignotas en las que el mundo adquiere rostros desconocidos. No te dieron talentos en el torvo reparto, cuando las manos, juntas, suplicaban al amo. Algunos consiguieron llenarlas de promesa, pero tú regresabas con las tuyas vacías. Por eso ahora retornas a la casa sin alma, vacía como tus manos, a esperar que el destino te confunda en su niebla. GUERRA Llueve sobre las calaveras de los muertos que, sin saberlo, abonan estas dulces laderas, bajo la inmensa noche acribillada. Todavía muchos cuerpos desprenden el vaho amargo de las vidas tronchadas. Tamborilea el agua sobre cráneos vacíos que hace poco pensaron amar o defenderse. Ya las cuencas oscuras no pueden ver el mundo ni los sangrientos resplandores lejanos, sobre aquellas colinas... La noche se ha inundado de muertos. En las trincheras castañetean mandíbulas y ametralladoras... Algunas botas pisan tibias. SIERRA NEVADA He vuelto a la blancura dolorosa de las amadas cumbres, que guardaron con celo los días de la lejana juventud. Aquellas blancas cimas que escondían el milagro indeciso de un tiempo al que, en vano, persiguen mis palabras. Porque entonces la vida era esconderse entre las blancas cotas de un milagro infinito y respirar el raro perfume de las cosas, en el reino sin nombre de las nieves efímeras. Y era sentir un mar de olas silbantes agitando las frágiles telas del corazón: la libertad, esa bandera, ese destino que ha soñado el insecto de fabulosos élitros, encerrado por la mano gigante en la pequeña caja de nácar... La libertad, su frescor en el rostro; la libertad al amparo de la inmensa oca blanca. Hoy contemplo estas crestas que fueron las almenas de la infancia remota. He seguido las huellas que dejaron mis plantas en la nieve y aspiro el aire ígneo donde aún vibra, misterioso y dorado, el pólen de las dudas de antaño. Nada ya se parece a la vieja quimera, tan sólo la nostalgia aviva el espejismo. Aquí en la cúspide, esquivo los puñales del frío y veo pasar las nubes hacia el ocaso hambriento. Ya nada permanece sino este frío que alumbra este gélido aliento de un titán dormitando. Aquí en la cúspide, miro hacia esos confines por donde se han perdido los días azarosos y las noches de fiesta con estrellas por techo, con estrellas errantes... A mis pies ya el armiño, pues volar no es posible, y la blanca locura de la nieve en el rostro. (subir) |