MIRADOR
Del mirador la casa se estremece.
La casa se estremece por el viento
en la mañana blanca de contornos,
en el silbido nítido que eleva
nubes desde la tierra…
Y se desprenden altas, vociferantes,
turbias, blandas bocanadas de polvo.
Vuelan al par los árboles, los pájaros,
los tejados, las rocas, mi propio
corazón sin pátina y raíces.
Mil vidrios sobrevuelan
el párpado entornado;
Alguien corre a lo lejos
con espina clavada en la memoria.
Oh grito incontenible del viento,
aullido lento de algo que nos salva.
Vendaval sin mesura
parado en nuestra mente;
vendaval que desprende las ramas
y levanta los senderos con fuerza.
Locura de las aves
que atraviesan el cielo
o danzan y deliran
cerca de nuestros brazos.
Todo se fue otra vez, todo se fuga
en la rauda hojarasca de sorpresa.
Las hojas se pronuncian,
el pétalo se rompe,
las lomas aún se comban
con íntimo latido en la mañana
del mirador, alto como esta nube,
alto como esta lanza que se pierde.
INVENCIÓN DE LA DAMA
Decidme si no es bello verla pasar,
cruzar la tierra, mientras el astro ciñe
su cintura en la noche.
Decidme si no es hermoso
su cuerpo atravesando
esta pared que asoma en el paisaje;
su cuerpo que se pierde,
que se va de los ojos,
que nos rinde y se hunde
en esta oscuridad más luminosa y alta.
Alta como aparece, indómita y severa,
único árbol que estalla.
Decidme si sus pasos
no se pueden contar como la lumbre,
si su torso desnuda la quietud de las palmas,
de las aves dormidas sobre ramas de asombro.
Fue la imagen tranquila, el tiempo cálido,
pero también la llama más roja de un poniente.
Fue la seda y el terso plumaje del ensueño,
mas nos suelta en el lecho
de un abismo sin fondo.
Pasa ardiente, figura de los aires,
y vuelve su mirada hacia los campos
prendidos de temblor, templos de incienso,
envueltos en la pálida humedad
que los astros dispersan sobre el mundo.
Ella, inquieto universo,
flama distante y blanca,
luciendo como estela en la empinada
vaciedad de una senda. Casi artífice
y dueña de la sed de unos labios…
Ahora cruza y prorrumpe su soledad,
su sombra, su abandono al continuo
mecerse de las horas; ninfa extraña y dorada,
bronce sonando amargo desde un pasado lento;
ninfa de un laberinto que cercaron los años,
perdida en algún límite, hermosa como el filo
de mi daga y mis manos, pura invención cruel
que ha de existir tan sólo en estos versos
escritos para siempre.
ROSTRO
Cómo se trenza el amor en las tardes,
mientras todo sucede sin vértigo y el sueño
cumple asilo de formas y de imágenes.
Cómo se trenza y cómo no desvía su ser:
el sueño pende. Los labios se han dormido,
la flor cae de su rizo; sueña la frente y cunde.
Mas hacia adentro, pasa el amor,
pasa el amor sin nombres;
el amor, un sonido.
HUIDA
A la mitad del día
corrimos hacia el mar, hacia la oscura
ola de azul y de vaivén,
de brisa y de pequeños mensajes
extendiéndose lejos o viniendo quizás
hasta la roja estampa
de la orilla sin huellas.
A la mitad del día, nuestros cuerpos,
recibiendo la luz,
se hundieron en la informe
oquedad sin estela. Blancos,
dejáronse llevar de una corriente,
de algún latido hermoso,
de algún curso fugaz,
y aquí se encuentran hoy,
tendidos para siempre,
en la inquieta y más tensa
longitud de este verso.
GIRO
Como la tarde
que posó una mínima
caricia en tu desnudo,
o el sol dando en tu vientre;
como la tarde toda desprendida
sobre tu seno blanco;
como la tarde me detengo absorto
en la maleza débil de tu voz
y giro en torno a ti,
como la tarde,
deshaciendo este lecho
que ahora esconde en su entraña
tu delirio.
FÁBULA
Del mar, en los adentros,
donde las aguas refulgentes, aún cálidas,
espejean por el astro más bello que conozco,
vide aquella barcaza donde los dos se amaban,
y cómo discurría lentamente.
Ella volcaba todo su candor y con júbilo
era un ovillo hermoso prendido a su cintura.
Su larga cabellera se derramó en el agua
y sus brazos oscuros se alzaban oferentes.
Un tiempo los estuve observando,
hasta que mis ojos se abrasaron.
(subir)